sábado, 29 de noviembre de 2008

EN MEMORIA DE PAULINA

Seguía buscando tus recuerdos en los rincones oscuros de la ciudad. Buenos Aires se cerraba a mí de una manera extraña, casi planificada. Las calles que siempre había creído conocer tan bien ahora se tornaban ajenas, y me miraban con ojos oscuros y desafiantes, calculadores.
…ya no volveré a ver la luz de tus ojos oscuros…
La ciudad me mira como a un extraño.
Tu voz seguía sonando en mis oídos, aquel último esfuerzo: -busca mi vida...encuentra la verdad.

Nunca entendí del todo tu manera de actuar. Esa forma misteriosa y eterna a veces, y esa otra sencilla y brillante, anclada en la alegría, en la que yo te pensaba tan inocente, tan ajena al mundo. Al principio pensé que estabas actuando, ¿ingenuidad y profundidad al mismo tiempo?, esas dos condiciones juntas era tan extraño… Más tarde me di cuenta de que eras así, como los días, unas veces grises y fuertemente realistas y otras soleados, con una luz cálida que anima las almas. Así eras tú: siempre diferente, cambiante, pero al mismo tiempo siempre igual…hasta hoy no me había parado a pensar en el nuevo significado que cobra para mi esa frase…sí, siempre igual, como han cambiado las cosas, como pude pensar en tu ingenuidad…
Sólo una vez te vi llorar.
Aquel día te añoraba en el salón; entre tantas conversaciones vacías, entre tanta gente, me sentía solo sin ti, y fui a buscarte. Entré a tu habitación sin llamar, realmente no esperaba encontrarte. Al oír la puerta te volviste, asustada. Al ver que era yo no dijiste nada, sólo me miraste a los ojos…tus ojos, tan amados para mi, brillaban en lágrimas. Tu mirada no era aquella penetrante y fugaz de siempre, por primera vez era débil y asustada. Temblabas. La cabeza me daba vueltas; tu imagen, antes concebida casi como intocable, se rompía en un instante. Fue entonces cuando por primera vez me di cuenta de tu humanidad. Comprendí anonadado que eras una niña y que estabas completamente sola. Sola. Comprendí tus cambios, comprendí tu mirada; entendí que el mundo que yo había visto no era más que una barrera, tu barrera, y como ahora comprendo, tu único refugio.
Ya nunca más estarías sola.
Yo siempre estaré a tu lado, siempre.
Aquel día no quisiste decirme por qué llorabas, años más tarde cuando lo supe comprendí.
Recuerdo que ese día me dejaste ayudarte, entrar en ti. En aquel abrazo, tú y yo solos, vi de verdad la persona que eras. Sentí tu miedo –aunque no sabía a qué ni a quién-, sentí tu soledad. Y a partir de ese día todo empezó a ser más profundo, más confidente, y en realidad, más humano.

1 comentario:

pardilla dijo...

La primera impresión.
Es sin palabras.
"Tu humanidad".
Me parte el alma.